
Conserje de una casa de citas, un extranjero que pide un cuarto y una sorpresa, el inmigrante es sacerdote. Emocionada, la mujer confiesa sus culpas. Pero mejor hubiese ahorrado su saliva para lo que siguió...
Para comentar este artículo debes estar suscripto a la revista FIERRO
SuscribirmeCompartir